Última actualización: junio 14th, 2022 - 06:25 pm
El hecho se origina en 1750 en un poblado llamado San José de las Presas, uno de los tantos que fueron fundados en la Provincia del Nuevo Santander, por el Conde de Sierra Gorda, don José de Escandón.
Ahí vivía el Capitán Antonio de Medina, casado precisamente con una de las más hermosas hijas de Escandón, de nombre Maria Asunción.
Como en este poblado – fundado en 1747 por gente originaria de Cadereyta – reinaba la paz, la felicidad y había abundancia de todo lo necesario para sobrevivir, todos se sentían protegidos por la Divina Providencia.
Más pronto esa alegría y paz se vieron ensombrecidas con la llegada al pueblo de un hechicero quien, al observar la belleza de la guapa y joven mujer esposa del Capitán de Medina, profetizó diciendo:
“Que bella es la flor del valle, y que feliz es su poseedor, pero no tardará el día en que el río tragará su vida y entonces será todo lloro y aflicción en este pueblo”.
María Asunción, espantada por la predicción, buscó al hechicero y le preguntó: “Puedes decirme cuál será la causa que originará mi muerte?”, a lo que el brujo contesto:
“De una región lejana vendrá un guapo militar que te hechizará con su mirada”.
“Él será la causa por la cual despreciaras el amor puro y verdadero de tu esposo. Te olvidarás de todo, dejándolo atrás para seguir los ojos embrujadores del hombre que será tu causa desdichada muerte”.
La ira del Capitán Medina en contra de quien lanzara tan mal augurio no se hizo esperar, y de inmediato ordenó que el viejo brujo fuera echado del pueblo y apedreado para que no volviera.
Aunque las órdenes del Capitán fueron cumplidas al instante, las piedras parecían que no tocaban al brujo. Antes de alejarse por completo, dejó escapar una terrible carcajada y sentenció: “El Capitán Medina no tendrá una simiente de amor, ya que el río se la llevará con él”, y volviendo a reír, desapareció.
Con el paso del tiempo todos se olvidaron de la maldita profecía del hechicero. Más llegó el día cuando por el empolvado camino apareció un apuesto caballero montado sobre un brioso caballo negro, e iba acompañado de un grupo de hombres de mal talante.
Como correspondía a todo Alcalde Mayor representante del Gobernador, Medina salió a recibirlo con todos los honores dignos de su rango, pues era General.
De modo inexplicable cuando dio la mano al recién llegado, el clima cambio repentinamente, el limpio cielo azul se volvió oscuro y estruendosos truenos con rayos y centellas trajeron el miedo a todos los habitantes del tranquilo pueblo, que contemplaba con espanto cómo, a pesar de los rayos y truenos, ni una sola gota de agua cala sobre la tierra.
La presencia del mal había llegado sin duda a San José de las Presas.
El militar se identificó con el nombre de Luciano de la Garza, General en misión del Gobernador del Nuevo Reino de León, camino al Puerto de Tampico, y solo requería de la hospitalidad del Capitán Medina para descansar de su largo trayecto.
Fue recibido y tratado con toda clase de miramientos por Medina y su esposa. Aunque el apuesto militar era amable en su trato, sus ojos no expresaban lo mismo, su mirada reflejaba algo que obligaba a obedecerle ciegamente al mandato de sus ojos.
Medina se dio cuenta de ello y alarmado vio que su esposa no fue la excepción, pues de inmediato quedó cautiva ante la enigmática mirada del militar, lo que preocupó mucho al Capitán anfitrión.
Así pasaron algunos días y De la Garza nada hacía por proseguir su camino. Uno de tantos, Ma. Asunción salió muy temprano como era su costumbre, para ir a bañarse al cercano rio.
Al lugar que siempre acudía era de aguas tranquilas y la vegetación la ocultaba de miradas indiscretas.
Cuando la joven se disponía a meterse al agua totalmente desnuda, le salió al paso De la Garza, quien mirándola fijamente pareció hechizarla, dejándola sin pronunciar palabra.
Sin quitarle la vista de encima, tomo suavemente a la mujer entre sus fuertes y velludos brazos sin que ella hiciera nada por defenderse, y la besó con mucha pasión para luego tomarla de la cintura y desaparecer con ella en la espesura del bosque.
La noche se vino encima y la esposa de Medina no regresaba al hogar.
Con el paso de las horas el marido se preocupaba cada vez más y mandó a sus soldados a preguntar por ella en todas las casas del pueblo, al no tener razón alguna, emprendieron la búsqueda por el paraje que a diario frecuentaba, tomaron diferentes direcciones a fin de cubrir más terreno.
Esa noche la luna se había ocultado, haciendo más difícil la búsqueda, era una de esas tantas noches tenebrosas ideales para la presencia de las fuerzas del mal.
Más de pronto el canto de un tecolote vino a aumentar más los temores del Capitán con respecto a su mujer. ¿Acaso las predicciones del hechicero se habían cumplido?, recordó de pronto. ¿Acaso estaba escrito que aquella noche perdiera el amor de su mujer?; y con estos pensamientos en mente siguió la búsqueda, sin encontrar el menor rastro de la desaparecida señora.
Ya con la esperanza perdida de encontrar con vida a su amada esposa, Medina desistió de la búsqueda, cuando el canto del tecolote lo atemorizó de nuevo.
Camino de regreso al pueblo por la casi oculta vereda del bosque, se detuvo de pronto al escuchar un leve murmullo de voces provenientes de la espesura de la verde y suave maleza. Se introdujo a ella y cuando más cerca estaba pudo oír con claridad la suave voz de su esposa, y lleno de odio corrió como fiera al claro de donde provenían las voces y, para su pesar, encontró a la bella Asunción en los brazos del General.
Ciego por la rabia y los celos, se abalanzó sobre su rival en amores trenzándose en fiera lucha a muerte; más el filoso puñal de Medina consiguió clavarse en el corazón de Luciano en repetidas ocasiones sin que al parecer le ocasionara daño alguno, pues en lugar de quejarse o caer herido de muerte, lanzaba estruendosas carcajadas que hicieron temblar de pavor al ofendido Medina y huir a las aves diurnas y nocturnas que se encontraban en los árboles.
En ese momento, como si despertara de un encantamiento, Asunción contempló al militar de ojos hechiceros echando fuego por ellos y salió corriendo hacia el río, y donde las aguas eran profundas y turbulentas, se arrojó desapareciendo en segundos. Tal como desapareció
de la presencia del aterrado Capitán Medina, el supuesto General De la Garza, quien no era otro que el mismo diablo que habla llegado al pueblo con sus huestes, con el disfraz de militares.
El augurio del viejo brujo se había cumplido.